Un poco de mi historia

El grandioso Taj Mahal. Agra, Uttar pradesh (India)

Llegué a la India en enero del 2019 con un tiquete de ida y vuelta. Venía a visitar a mi mamá, quién se había mudado a Auroville, una comunidad situada al sur este de India, un año atrás. Mi tiquete tenía fecha de regreso para abril de ese año, pero nunca tomé el avión de vuelta, algo en mi interior me indicaba que valía la pena quedarse, había mucho por aprender.

Para mí, el continente asiático siempre fue lejano, desconocido, un laberinto al cual no sabía si quería entrar; mis conocimientos sobre este continente no iban más allá de los libros de historia y alguno que otro documental. Había visto fotos y oído relatos de otros viajeros que me generaban un poco de incertidumbre y miedo.

Alumnos de preescolar de la escuela pública visitando el Matrimandir. Auroville, Tamil Nadu (India)

Desde pequeña, me ha gustado leer historias de reyes y castillos que sucedían muy lejos de las calles bogotanas donde me crie. Todas esas lecturas despertaron en mí una gran curiosidad por otras culturas; pero si bien la historia del Asia es vasta y antiquísima, me atraía mucho más la historia Europea, los increíbles paisajes de la Patagonia, los sabores mexicanos y los lagos Neozelandeses. Pero saber que mi mamá ya estaba en este lado del mundo me hizo pensar en Asia como una alternativa.

Pirámide de Uxmal. Yucatán (México)

El amor por viajar lo cultivé con mis padres. Cada año dedicábamos las vacaciones escolares de mitad de año para viajar a diferentes lugares del mundo. Nos íbamos los cuatro, mis papás, mi hermano y yo. Nuestra manera favorita de viajar era tomar un carro en alguna ciudad grande y salir a recorrer carreteras y pueblos sin una ruta predeterminada. Fue así como conocimos varios países en América y Europa. Una oportunidad de oro que hizo que desde pequeña yo creara una versión de mundo que iba mucho más allá de la realidad colombiana. Luego me casé y junto con mi esposo continuamos viajando dentro y fuera de Colombia, tratando de saciar esa sed de viaje que yo sentía cada vez que se me atravesaban promociones de pasajes o de hoteles.

Era con él, con quien yo me imaginaba con una mochila al hombro recorriendo el mundo. Nunca pensé que ese sueño se iba a hacer realidad viajando en solitario. Mi vida dio un giro de 180 grados, y ese giro fue el que me llevó a empezar esta aventura.

Isla de los Micos. Leticia, Amazonas (Colombia). Esta foto fue tomada por Carlos Arturo Cárdenas.

Mi esposo y yo vivíamos en una finca a las afueras de Ibagué y pasábamos nuestra vida entre vacas, gallinas, ovejas, perros y gatos. Ambos estudiamos veterinaria, y siempre compartimos ese amor por el verde y la naturaleza. Pero por distintas razones las cosas no salieron como esperábamos y, tras diez años de relación decidimos separarnos. Ese rompimiento me llevó a tan profundo sufrimiento, que decidí dejar atrás la que era mi vida hasta el momento y lanzarme a viajar como tanto lo había soñado.

Mis amores caninos. Ibagué , Tolima (Colombia)

Empecé mis viajes por tierras conocidas. Mi primer viaje sola fue a Estados Unidos. Parecía no ser nada complicado pues yo estaba habituada a viajar a Miami con mi familia, pero el viajar sola lo convirtió en una experiencia completamente nueva.

Mis favoritas: las cabras pensionadas en Serenity Acres Farm. Pinetta, Florida (Estados Unidos)

Los primeros veinte días los pasé en un pueblo pequeño al Norte de Florida haciendo trabajo de voluntaria en una finca de cabras. Fue perfecto para aprender más sobre estos animales que me apasionan, y sobre la fabricación de quesos, jabones y otros productos que la dueña con amor e ingenio produce en la finca. Si quieren saber más sobre este maravilloso lugar pueden visitar su página https://www.serenitygoats.com/. Complementé mi viaje visitando algunas ciudades que me llamaban la atención: Atlanta, Boston y Nueva York. Tres ciudades totalmente diferentes, pero en las que viví interesantes experiencias que me ayudaron a crecer como viajera y a descubrir el placer que tiene viajar solo.

Luego, fui a hacer un curso corto de inglés en Vancouver. Pero más allá de aprender, este viaje me ayudó para empezar a sanar poco a poco. Me conquistaron las montañas, los lagos, los ríos cristalinos y esos senderos hermosos que recorren parques naturales interminables. Llené mi memoria de increíbles lugares y mi alma de fortaleza y crecimiento. Canadá me enseñó a gozar de mi propia compañía, pero también me regaló maravillosos amigos que fueron parte esencial en la construcción de una nueva versión de mi misma.

Una pequeño collage de mis aventuras en British Columbia (Canadá)

Tras volver a Colombia por poco tiempo, me fui a pasar una temporada en  Berlín. Berlín es una ciudad fascinante, con un ambiente y una vida cultural muy particular. Siempre hay un museo, un rincón, un parque, una calle llena de historia. Mi hermano, quien vivía allí hacía ya un tiempo, se encargó de hacerme descubrir esa vibra especial, ese no se que no se donde, que convierte a la capital alemana en un mundo de infinitos caminos por recorrer. Pasamos un tiempo inolvidable.

Un atardecer en la puerta de Bradenburgo. Berlín (Alemania)

Aproveché los fines de semana, para visitar otros países en Europa. Invertí cada minuto de mi viaje para explorar “el antiguo continente”. En Europa me resultó fácil viajar gracias a las cortas distancias y los excelentes medios de transporte disponibles. Entre trenes, buses y aviones viajé por Alemania y otros países. Escogí esos destinos aprovechando la compañía de amigos de vieja data, que se habían mudado fuera de Colombia y habían hecho su vida allí. Sola o acompañada, caminé jornadas interminables descubriendo callejones y miles de historias. Pero más allá de eso construí nuevas memorias compartiendo con mi hermano y con esos amigos de siempre que hacía mucho tiempo no veía. Esas memorias son grandes tesoros para mí.

Algunas de mis fotos favoritas en Europa

Tras finalizar mi estadía en Europa volví a Colombia con la intención de recopilar los documentos necesarios para aplicar a una maestría en Alemania. Esa misión la cumplí al pie de la letra. Esos dos meses, a finales del 2018, los aproveché también para compartir un tiempo invaluable con mi papá y con el resto de mi familia. Era Navidad, así que me gocé todos los villancicos.

Apliqué a la Universidad antes de viajar y dejé todo en orden para volver pronto, empacar maletas y mudarme a Alemania. Tan segura estaba de seguir ese plan que, de camino a la India, dejé en Dusseldorf una maleta guardada en la casa de una amiga, con ropa que me serviría para mi vida futura de estudiante.

La iglesia de San Francisco. Fort Kochi, Kerala (India)

Pero tres meses se convirtieron en años. Hace casi ya dos años que no visito Colombia, y a finales de febrero del 2020 fui de nuevo a Dusseldorf y recuperé la maleta. Ya había comprendido que quería hacer de Kochi, aquella ciudad al sur de India en el estado de Kerala, mi nuevo hogar.  Miles de historias y de hilos que se fueron uniendo, me llevaron a tomar la decisión de radicarme aquí, desde donde escribo estas letras.

Decidí empezar este blog, como una manera de compartir mis viajes, mi experiencia de vida y mi opinión sobre otros temas por los cuales he desarrollado interés. Quiero dejar por escrito las experiencias vividas que me han aportado tanto. Así que espero me acompañen y disfruten esta aventura de historias, de letras, de vida.